LA INICIACIÓN MASÓNICA. Arte Constructivo (I)
LA INICIACIÓN MASÓNICA
Arte Constructivo (I)
Arte Constructivo (I)
Francisco Ariza
En lo fundamental, la estructura iniciática de la Masonería
en nada difiere de la de cualquier otra organización esotérica y tradicional.
Su división en tres grados aprendiz, compañero y maestro conforma un esquema
perteneciente a toda vía iniciática, constituyendo una síntesis del proceso
mismo del Conocimiento y su realización efectiva. No vamos a hablar aquí de los
llamados “Altos Grados” o “grados complementarios a la maestría”, cuyo número
varía en cada uno de los Ritos masónicos actuales. De hecho, algunos de esos
Altos Grados representan un desarrollo de ciertos aspectos iniciáticos contenidos
ya en el grado de Maestro.
Este ternario iniciático de Aprendiz, Compañero y Maestro es
análogo a los tres planos o niveles de la manifestación cósmica: la Tierra, el
Mundo Intermediario y el Cielo, idénticos el Corpus Mundi, el Anima
Mundi y el Spiritus Mundi, tal cual la terminología de los
alquimistas y hermetistas durante la Edad Media y el Renacimiento, los cuales
mantuvieron viva para Occidente la idea de una Cosmogonía que revelaba el orden
interno del Mundo, el macrocosmos, en correspondencia con la totalidad del ser
humano, el microscosmos.
De ahí que la realización iniciática reproduzca etapa por
etapa el proceso mismo de formación del cosmos u Orden universal, motivo por el
cual, y en razón de esa analogía entre el macrocosmos y el microcosmos, dicho
ternario es también el de la constitución del ser humano considerado en toda su
integridad. Utilizando el simbolismo geométrico, los tres mundos (y los tres
grados iniciáticos) se representan como otros tantos círculos concéntricos, en
donde, naturalmente, el más periférico y exterior se correspondería con el
plano corpóreo, el intermediario con el anímico o psicológico, y el más
interior con el espiritual.
Triple recinto druídico. Suèvres, Francia
La misma estructura cósmica, y sobre todo iniciática, la
encontramos en el antiguo símbolo del “triple recinto druídico”, en donde en
vez de círculos hay tres cuadrados concéntricos, pero con la particularidad que
desde del más interior parten cuatro líneas perpendiculares que atraviesan los
dos cuadrados restantes hasta sus límites. En la jerarquía iniciática las
líneas que parten del cuadrado central corresponden a los canales a través de
los cuales se transmite, de ad intra a ad extra, la enseñanza de
la doctrina y del Conocimiento a todo el resto de la organización iniciática.
En la Masonería el conjunto de los tres cuadrados (o en su caso círculos)
equivalen a las tres “Cámaras” de los grados de Aprendiz, Compañero y Maestro.
Precisamente, en este último la Cámara se denomina “del Medio”, y se
identificaría entonces con el cuadrado central del triple recinto druídico. Esa
misma estructura existía entre los “Fieles de Amor” (a los que perteneció
Dante) y otras organizaciones hermético-cristianas de la Edad Media y el
Renacimiento. (Sobre el triple recinto druídico, ver el cap. X de Símbolos
Fundamentales de la Ciencia Sagrada, de René Guénon. Asimismo el cap. VIII
de la misma obra, titulado “La idea del centro en las tradiciones antiguas”).
El punto que tácita o explícitamente está representado en el
centro de este último cuadrado, o círculo, simbolizaría al Ser o Unidad
primordial, que en lenguaje masónico no es otro que el Gran Arquitecto del
Universo, el Principio a partir de cuya emanación o expansión se genera toda la
Creación, que depende enteramente de él en todo lo que ella tiene de realidad.
En este sentido la transmisión de la influencia espiritual
recibida por la iniciación masónica es análoga a la acción del Fiat Lux
emanado del Verbo divino “en el Principio”, dando lugar al orden cósmico. Y así
como ese “orden fue extraído del caos” (Ordo ab Chao) por la acción de
la Palabra luminosa y espermática, (1) el hombre es rescatado del mundo
profano, o de las “tinieblas exteriores” por la irradiación clarificadora que
se genera en su conciencia gracias al poder creador de la influencia espiritual
o “iluminación” iniciática, lo que acontece en el corazón, es decir en el
centro mismo de su ser (2). De esta manera, y semejante a esa cosmogénesis, se
produce una antropogénesis espiritual, lo que equivale a la generación o
nacimiento del “hombre nuevo”, lo que se ha dado en llamar la palingenesia.
Esa Palabra luminosa, Logos o Sonido primigenio que insufla
la vida y el ser a la materia amorfa es también un “ritmo” cuya cadencia
vibracional la articula y ordena. Y este ritmo creativo es el gesto o rito
cósmico por excelencia, prototipo de todos los ritos iniciáticos, lo cual
explicaría por qué éstos son imprescindibles para vehicular la influencia
espiritual, que lo que en realidad persigue es transmitir al ser la energía de
la Inteligencia y del Conocimiento por mediación del código simbólico y su
ritualización, despertándole a sus posibilidades superiores de acuerdo a lo que
fue hecho “en el Principio”, insertándolo así en el tiempo mítico y verdadero.
El Compás "midiendo" la Escuadra
Siendo la Masonería una tradición procedente de las antiguas
organizaciones y gremios iniciáticos de “constructores libres” (los francmasones
y compañeros), ella concibe a la Unidad como un Arquitecto, y al cosmos como su
obra más perfecta y elocuente, lo que hace posible que el hombre pueda tomar a
este último, al cosmos, como un símbolo vivo que le permita reconocer (porque
los contiene en sí mismo) los principios que determinan todo lo creado, tanto
en el Cielo como en la Tierra, simbolizados respectivamente por el Compás y la
Escuadra.
Ese modelo cósmico es el que tiene que “interiorizar” el
aprendiz, y es esa interiorización, o comprensión, lo que permite “pasar de
grado”, o sea de conocer estados más sutiles de nuestra conciencia que estaban
dormidos, y que la iniciación “despierta” de modo semejante a como lo hace la
energía sutil de la kundalini con los chakras o “centros sutiles”
situados simbólicamente a lo largo de toda la columna-eje vertebral. En otro
momento hablaremos de las correspondencias entre la ubicación corporal de
determinados chakras y los “signos de reconocimiento” de los tres grados
de la Masonería, un tema sumamente interesante, e incluso algún autor masón ha
hablado a este respecto de la “yoga masónico”.
Como íbamos diciendo, esos principios y leyes universales, y
el orden visible e invisible, tangible y sutil que de ellos emana, se expresan
mediante las proporciones, medidas, ritmos y estructuras de los números y las
figuras geométricas, fundamento de todas las artes y ciencias cosmogónicas, y
sobre todo de la arquitectura, síntesis de todas ellas.
Si la Masonería (como la Alquimia) es llamada el “Arte
Real”, este no consiste en otra cosa que en la actualización, en el plano del
hombre y de la vida, de todas las posibilidades de manifestación concebidas y
contenidas eternamente en la Mente y la Sabiduría del Creador, que recordaremos
“todo lo dispuso en número, peso y medida” (Sabiduría XI, 20), lo que
nos da la idea de la existencia de un modelo reiterado en cualquier gesto creativo,
ya se trate ese gesto de la creación de un mundo, de un ser o de una obra de
arte, siendo esta la que el hombre finalmente pueda hacer consigo mismo en su
interior.
Es por eso que el aprendizaje, conocimiento y encarnación de
ese modelo, que el cosmos entero simboliza, hacen del masón un obrero de la
Construcción Universal, en la que él colabora conscientemente, pudiendo leer
así en el “Libro del Mundo” o “Libro de la Vida”. Sin duda la Belleza y la
Inteligencia son las que guían a ese obrero en su proceso, pues ha intuido a la
Sabiduría a través de la síntesis de ambas. Al igual que la Sabiduría, la
Belleza y la Inteligencia son nombres del Gran Arquitecto, y por tanto una
poderosa energía de transmutación y regeneración.
Belleza es el nombre que recibe precisamente uno de los tres
pilares sobre los que se apoya la edificación del templo masónico, y por
extensión el templo del mundo. Los dos restantes pilares se denominan Fuerza y
Sabiduría. Precisamente, los Tres Pilares están en relación con el “número,
peso y medida” divinas.
Esto nos lleva a considerar que, además del Verbo que
insufla la vida a la materia amorfa, o substancia nutricia original, también
existe la acción de un “gesto” divino en la creación del mundo. Y ese gesto
misterioso (verdaderamente atemporal, pues está ocurriendo en estos precisos
momentos, lo cual se relaciona con el “mundo creado a cada instante” o
“renovado a cada soplo” del sufismo islámico), es el que establece precisamente
la analogía antes mencionada entre el proceso cósmico y el iniciático. En
efecto, una parte importante de la enseñanza iniciática de la Masonería es
vehiculada a través de determinadas palabras y gestos rituales, dividiéndose
estos últimos en “signos” y en “toques”. Palabras y gestos se encuentran dentro
de la clasificación tradicional establecida entre los símbolos sonoros y los
símbolos visuales, respectivamente.
En este sentido, debemos recordar que las palabras y gestos
rituales en cualquier tradición (recordemos por ejemplo el teatro balinés) no
son sino la propia energía del símbolo puesta en acción, lo que hace posible
que la idea que el propio símbolo transmite se revele con toda su fuerza y
fecunde al ser que la recibe y la recepciona en su conciencia, haciéndolo
pasar, efectivamente, de la “potencia al acto” o de las “tinieblas a la luz”.
El código simbólico no es algo que pueda aprehenderse desde el exterior, como
si uno mismo no estuviera incluido ni formara parte de la idea que este
transmite.
El hombre comienza a tener conciencia de su ser en el mundo
cuando comprende que él mismo es un símbolo, es decir la expresión de un Ser
Universal, o Gran Arquitecto, el cual está simbolizado por el “Delta Luminoso”
con el “ojo divino” en su interior, como el que figura en el frontispicio de
esta Nota. En realidad todo rito es un símbolo, o idea, en movimiento, y todo
símbolo, a su vez, no es sino la fijación de un gesto ritual realizado conforme
al modelo de lo que fue hecho “en el Principio”.
El rito es la “vivencia” de la idea que el símbolo
manifiesta, porque el propio rito no es sino esa misma idea articulada en el
espacio y el tiempo, como antes dijimos. Es decir en la totalidad de nuestra
existencia, que de esta manera adquiere pleno sentido al integrarse en la
cadencia de la Harmonia Mundi, siempre idéntica a sí misma por
constituir la expresión de la Unidad indiferenciada, alfa y omega de todo lo
creado.
A este respecto, es bastante significativo que la palabra gesto tenga
también el sentido de “gestación”, y por tanto de “generación”, que en el contexto
iniciático y simbólico se vincula al renacimiento espiritual, de un “volver a
nacer” por y en el Conocimiento. (Continuará).
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Notas
(1) Ver el capítulo XLV de Apreciaciones
sobre la Iniciación, de René Guénon, titulado “Sobre dos Divisas
Iniciáticas”.
(2) La expresión “tinieblas exteriores”, o “inferiores”, que
se utiliza para referirse al mundo profano, constituyen el reflejo invertido y
oscuro de las “tinieblas superiores más que luminosas” (de las que nos hablan
Dionisio Areopagita y todos los neoplatónicos y hermetistas). En esas "tinieblas extracósmicas" residen los misterios insondables
del No-Ser metafísico.
El Taller: franciscoariza5@gmail.com
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